“Ser radical es no tener miedo de romper el statu quo, de
cuestionar a élites acomodadas y mercantilistas que han vivido cómodamente de
su alianza con el Estado durante 25 años”.
Sí. Se puede. Es momento de cambiarle el sentido a dos
palabras: “centro político” y “radical”. Tradicionalmente, el centro se ha
visto como un punto medio: ni muy de izquierda ni muy de derecha. El lugar
donde los cambios se hacen de manera gradual, sin sobresaltos. Esa idea
funcionó durante un tiempo en varios países —incluido Perú—, pero hoy está
agotada.
La realidad actual pasa por encima de ese “centro”
tradicional. Y quienes lo ocupan parecen no querer aceptarlo. Ese centro no ha
podido ni podrá enfrentar el crimen organizado que se apoya en la tecnología,
la polarización política alimentada por las redes sociales, ni la corrupción y
la ineficiencia de Estados que, aunque llenos de reglas y de impuestos, no
generan riqueza ni igualdad de oportunidades. Peor aún: permiten que la
ilegalidad y la inseguridad crezcan.
¿Por qué el centro no puede resolver estos problemas?
Porque la velocidad de nuestra época no permite gradualismos. La tecnología
aceleró la historia y con ella los cambios en lo económico, lo ideológico, lo
cultural y lo político. Hoy, los desafíos no admiten parches lentos.
Por eso necesitamos soluciones radicales. Y “radical”
-segundo término a deconstruir- no significa violento o irracional, sino ir a
la raíz del problema. Ser radical es no tener miedo de romper el statu quo, de
cuestionar a elites acomodadas y mercantilistas que han vivido cómodamente de
su alianza con el Estado durante 25 años. Elites no solo progresistas, sino
también de derecha, y académicamente de izuierdas. Todas.
El Perú se desmorona mientras algunos analistas insisten
en que todo va bien, refugiados en su burbuja de privilegios. Pero lo cierto es
que necesitamos un nuevo centro radical: uno que sea rápido, empático, realista
y valiente. No podemos conformarnos con candidatos tibios o irrelevantes, menos
aún apoyarlos.
Ese nuevo centro debe ser un núcleo de soluciones
profundas y concretas para problemas que son globales, pero que en el Perú se
sienten con especial crudeza. Su primera tarea: deconstruir y reconstruir un
Estado que hoy es confiscatorio, ineficiente, corrupto y aliado de grupos de
poder monopólicos. Si no cambiamos de raíz este Estado, no habrá desarrollo,
paz ni prosperidad duradera. Y esto no es un asuntos de izquierdas o derechas,
repito, porque ambas han mamado de este Estado.
Y algo más: todos —ricos, pobres, jóvenes, mayores—
tenemos un punto en común. No, no es el pan con chicharrón. Todos somos
contribuyentes. Somo un Perú de contribuyentes. Todos pagamos impuestos. Todos
mantenemos un Estado que nos devuelve muy poco o nada. Esa condición compartida
puede ser la base de una nueva unidad social y política. El enemigo está en la
burocracia, el crecimiento, y el poder del Estado. He aquí al verdadero
enemigo. Hay que doblegarlo. Hay que someterlo. Hay que reducirlo.
Es hora de dejar atrás la tibieza y el gradualismo. El
nuevo centro radical no es un punto medio cómodo: es el centro en términos de
prioridad, de concentración, de punto de partida para una transformación que ya
no puede esperar.
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